Estatua de Averroes junto a la muralla de Córdoba
Abu-l Walid Muhammad ibn Rusd, Averroes; (Córdoba, 520 H/1126 dC – Marrakech, 594 H/1198dC) proviene de una familia de estudiosos del derecho. Su abuelo fue juez principal de Córdoba bajo el régimen de los almorávides. Su padre mantuvo la misma posición hasta la llegada de la dinastía almohade en 1146 y el propio Averroes fue nombrado cadí de Sevilla sirviendo en las cortes de Sevilla, Córdoba y Marruecos durante su carrera.
El primer califa almohade ‘Abd al-Mumin le confió varias misiones; su sucesor Yusuf lo tuvo en gran estima pues el soberano era entendido en filosofía. Al principio, Averroes se mostró reticente, porque conocía (y tendría amarga experiencia de ello al fin de su vida) los riesgos de profesar la filosofía en un ambiente que tendía a identificarla con la herejía; pero cuando vio que el mismo califa planteaba un tema arriesgado, ya no vaciló y conquistó con su doctrina el ánimo de su interlocutor, quien le regaló una gran suma, un suntuoso abrigo de pieles y una bella cabalgadura.
Lo nombró además médico de corte y le confió, en España y en Marruecos, una serie de misiones que culminaron en 1182 con el nombramiento de cadí de los cadíes (juez principal) de Córdoba.
Averroes fue conocido en Occidente como «el Comentador» por haber traducido y divulgado las obras de Aristóteles. De entre sus numerosas obras, destacan precisamente los Comentarios a Aristóteles, de los cuales existen el Comentario mayor (1180), en el que explica frase por frase el corpus aristotélico; el Medio, en el que explica el conjunto de los textos, y el Pequeño comentario o paráfrasis(1169-78), que resumía su significado general. También comentó La repúblicade Platón.
Entre las grandes inquietudes de Averroes destacó la de delimitar las relaciones entre filosofía y religión. Para Averroes, la religión verdadera se encuentra en la revelación contenida en los libros sagrados hebreos, cristianos y musulmanes.
El eje de la filosofía de Averroes es la diferenciación entre el conocimiento humano y el divino.
El conocimiento humano, basado en las cosas sensibles, es de los sentidos y de la imaginación; no es un conocimiento objetivo, el cual se define como «unidad e identidad perfecta bajo todo aspecto entre el sujeto y el objeto». El conocimiento humano mantiene necesariamente una inevitable pluralidad al no estar nunca los inteligibles totalmente desligados de las formas imaginativas. Además es incompleto, porque no capta la esencia de las cosas, sino sólo los «accidentes» de las sustancias.
El conocimiento divino intuitivo, por el contrario, no depende de las cosas exteriores a la mente, sino que las cosas dependen de su conocimiento, que es la causa y razón de la existencia de ellas, y abarca la infinidad de todas juntas. No se basa en la multiplicidad debida a la clasificación de los seres, sino en la unidad orgánica de la esencia de los seres, en cada uno de los cuales se manifiesta la sabiduría divina, unidos entre sí según un orden y coherencia. Dios, conociéndose a sí mismo, produce las cosas, y ese conocimiento es en sí la concreta realidad objetiva del mundo.
Siendo el conocimiento de Dios el origen del mundo, está claro que éste, lo mismo que su hacedor, no puede tener principio ni fin. Es nuestra mente quien concibe el principio y el fin del mundo, al considerar la realidad bajo la categoría subjetiva del tiempo. Averroes trata el problema de la distinción entre tiempo verdadero (tiempo-duración) y tiempo abstracto (tiempo-medida) en su breve tratado Solución al problema: creación o eternidad del mundo
Nociones como ésta valieron a Averroes una condena de exilio (en 1195). A finales del siglo XII una ola de fanatismo invade Al-Ándalus y es desterrado y aislado en la ciudad de Lucena, cerca de Córdoba, prohibiéndose sus obras. Meses antes de su muerte, sin embargo, fue revindicado y llamado a la corte en Marruecos. Muchas de sus obras de lógica y metafísica se han perdido definitivamente como consecuencia de la censura. Gran parte de su obra sólo ha podido sobrevivir a través de traducciones en hebreo y latín, y no en su original árabe.
Sus escritos influyeron en el pensamiento cristiano de la Edad Media y el Renacimiento.
Como monedas representativas de este periodo presentamos un dinar almorávide de la primera época y un dírham almohade, en este caso de los más comunes.
Anverso, centro: No hay más Dios que Dios // Mahoma (es el) enviado de Dios // El Emir Abu Bakr // ben Umar
Anverso, orla: Y el que buscase fuera del Islam otra religión, no será recibido por él, y (estará) en la otra (vida) entre los desventurados.
Reverso, centro: El Iman // Abd // Allah // Príncipe de los creyentes
Reverso, orla: En el nombre de Dios fue acuñado este dinar en Segilmesa el año cinco y setenta y cuarocientos
Cuando se acuña este dinar, el año 475 H, los almorávides aún no habían pisado suelo peninsular pues es en el 478 H (1085 dC) cuando, como consecuencia de la caída de Toledo a manos de Alfonso VI de Castilla, se produce la petición de auxilio a los almorávides que se traducirá en la invasión de éstos al mando de Yusuf ben Tasfin, primo de Abu Bakr y en quien éste había delegado el mando absoluto en el Magreb. Abu Bakr no llegó a pisar suelo peninsular.
La ciudad de Segilmesa se encontraba en el interior, aproximadamente situada en el paralelo de Marraket y en el meridiano de Tetuán
Dirham almohade anónimo, sin ceca ni fecha
Anverso: No Dios sino Dios // El mando todo él para Dios // No fuerza sino en Dios
Reverso: Dios es nuestro Señor // Mahoma, nuestro enviado // Al-Mahdi nuestro Imán
En el año 542 H el califa almohade Abd al-Mumin conquista Ceuta para a continuación atravesar el estrecho, iniciándose así la dominación de Al Andalus por parte de esta tribu bereber.
Las monedas almorávides y almohades son reflejo de la intransigencia y fanatismo de la época. En muchas de ellas, sobre todo en los dirhames almohades, no aparece el nombre del gobernante, ni la fecha ni la ceca. Hacen alusión al Iman Abdallah en el primer caso, o al Madhí, supuesto califa de oriente o al fundador de la dinastía almohade, en el segundo.